En la foto: De izq: Augusto Huayta, Roy Dávatoc, Eduardo Vílchez, Paolo Astorga, César Pineda, Sócrates Zuzunaga y Karina Moscoso, en pleno reconocimiento del ganador del Copé Internacional de Narrativa.
La ternura de un ganador.
A Sócrates Zuzunaga
Por Roy Dávatoc
Preámbulo
¡Se nos cayeron! No le pedí permiso a Karina Moscoso para revelar una de sus iluminaciones intelectuales. Al parecer casi siempre será necesario recalcar esta frase sobre cuánto evento se realice en aquella vieja casa de cantutas.
Diez de la mañana y muy poco sol; un poeta amigo brillaba por su ausencia como si fuera la estrella de Belén guiando a los reyes magos mientras muchos ojos extraños me observaban como escudriñando la luz.
Solo recordar que me levanté temprano y no desayuné por llegar puntual a la reunión y con todas las ilusiones guardadas en el bolsillo secreto de mi verde mochila, para luego desilusionarme como todo amor adolescente de estos tiempos, me hizo preguntarme si todo el esfuerzo intelectual, económico y hasta emotivo de los poetas, valdría la pena como para no poner nada caliente en el estómago a las 7:00 a.m.
Y la respuesta no se hizo esperar. Un flaco loco me abordó como un bus chosicano apenas bajaba de una mototaxi y ese gesto de afecto me devolvió la esperanza que yacía rota como una playa glasé, y más aún al recordar que aquella mañana, este viejo loco que uds. intentan leer, sería un ingrediente más del ya afamado grupo literario cantuteño Letra en Llamas, sería un enllamado más y eso bastaba para revertir todas las desilusiones que me podría llevar.
Y fue ahí cuando conocí a los otros poetas en llamas de una manera menos melindrosa y más de la causa (de manera seca y formal, pues)
Alguien se acerca, aparece sonriente como un niño; sus pasos lentos y pesados nos advierten de su presencia que no se extrañaba y nos saluda efusivamente. Era mi amigo, el poeta del verso eterno, acompañado, casi de la mano, de una fémina agraciada (ahí entendimos del por qué de su demora). No eran necesarios los comentarios ni los reclamos sin sentido; él no puede luchar con su carácter de conquista y su forma tan afable para con las damas. Yo no recuerdo el nombre de la muchacha y tampoco es importante; seguramente, ninguno a quienes nos la presentó lo recuerda, y apuesto mi mano izquierda que ni César Pineda lo recuerda, ¿o sí?.
Después de llenar algunas bolsitas con muestras poéticas como si fueran palomitas de maíz, nos armamos hasta los dientes para hacer el ingreso con dirección al auditorio donde los poetas darían un recital y compartirían mesa de lectura con el reciente ganador del Premio Copé Internacional en Narrativa. Y otra vez se nos cayeron. Para variar, cancelaron el evento y nos dieron excusas absurdas. Dos horas después, justo cuando nos disponíamos a comer alguna papa rellena que salvaguardaría el hambre en ese fresco aire chosicano, alguien nos invita a dirigirnos hacia el Rectorado y ahí nos encontramos al hombre que iba a ser homenajeado por su triunfo como ganador del Premio Copé.
Saludos del Rector, de los encargados y de todas las otras autoridades que eran necesarias hacerse presente, no demoraron en hacerse saber. Y en una esquina, como si fuera un boxeador, un hombre con el semblante pacífico que me indicaba que era a quién tantos estaban esperando, escondía su corazón en una leve sonrisa; a su costado, como representante, la hermana del otro ganador del mismo Premio Copé pero en Poesía. Así empezó la tarde mientras nos servían bocaditos y gaseosa para aplacar el hambre como si fuera de dos días con el afán de disculparse por hacernos esperar tanto.
La ternura de Sócrates Zuzunaga.
El ganador estaba sentado en una esquina, como si fuera un boxeador, un hombre con el semblante pacífico que escondía su corazón en una sonrisa; a su costado la hermana de Boris; más allá, Urpi Súmac, hija de Sócrates, junto a su esposa y su guitarra.
Empezó el discurso y los encargados lo llenaron de elogios. Qué Sócrates Zuzunaga por aquí, Sócrates Zuzunaga por allá, y un sin fin de reconocimientos muy merecidos desfilaban en fila india a sus oídos. Todos aplaudimos con ahínco y alegría.
Hasta entonces solo era una ceremonia más por los logros alcanzados y por su trayectoria. Luego se hizo un silencio casi imperceptible y una voz cálida nos saluda. Los ojos le brillaron como dos estrellas fugaces, como dos candiles llenando de luz las sombras. Y ahí estaba él, dándonos el discurso más sencillo que puede ofrecernos un gran ganador, con esa firmeza en la palabra, con ese aprecio en cada gesto, con esa alegría de saberse estimado y esa nostalgia de su años mozos.
Sócrates Zuzunaga reflejaba desde su asiento a un hombre sencillo colmado de ternura en cada lectura que nos ofrecía mientras algunos lo admirábamos en silencio; mientras algunos queríamos lograr lo que él a obtenido sin perder su templanza, su carisma, sin dejar de ser el hombre humilde que acoge a quien se le acerca. Y todos volvimos a aplaudir, esta vez fueron aplausos más sentidos y el auditorio se puso de pie para rendirle el verdadero homenaje.
Minutos después, aún con timidez, Sócrates nos pide permiso para ofrecernos unas canciones compuestas por él y ejecutadas por su hija Urpi y su esposa. La joven con la guitarra, Sócrates con una especie de charango y su esposa era la voz principal. ¡Qué bonito huayno, señores, pero qué bonito huayno! Muchos nos quedamos con ganas de zapatear sus canciones.
Pronto se acabaría la ceremonia como se acabarían los bocaditos que nos habían dado; pero aún nos quedaba por abordar las aulas en compañía del ganador. Y sin pensarlo mucho fuimos con dirección a la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales.
El conversatorio en las aulas fue -una vez más- muestra de la calidad humana y artística que posee Sócrates. En esos momentos me sentí motivado y hasta desee ser maestro de literatura, algo que luego pensé con más calma y por ahora queda descartada esa loca posibilidad.
Cerca de cuarenta minutos embelesados con la charla que el ganador nos regalaba; preguntando, riendo, recordando; inclusive orientándonos y aconsejándonos como si fuera nuestro padre o nuestro abuelo, o nuestro hermano mayor o nuestro futuro suegro.
Sócrates Zuzunaga, sin duda, ha dejado marcado el momento para aquellos que tuvimos la suerte de compartir mesa con él, de compartir su experiencia y su compromiso con la literatura y con la vida misma, de regalarnos esos chispazos de albor para encaminarnos hacia nuestros objetivos. Esa tarde de tibia temperatura algo indescriptible me embargó, me llenó de luz y de una oscura tinta que me empuja a seguir con mis objetivos y proyectos ligados a la literatura mientras en mi interior se arma un hogar para la poesía y la narrativa.
Lima, 15 de mayo de 2010.
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Los Tres Tristes Tigres (Astorga, Pineda y Dávatoc)Esperando a los ganadores del Copé
(Y claro, mostrando a nuestros hijos)
Letra en llamas en pleno más la presencia del profesor Tulio Cárdenas
Letra en llamas en su quiosco
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