Raúl Heraud
“Sin llegar a lo invisible de Paolo Astorga, es un poemario diáfano, doloroso, sencillo pero caudaloso y estremecedor. Su poesía llena de humor e ironía se introduce en la urbe y sus desencantos”
Augusto Rodríguez
“Poesía crispada donde la luz / es un ojo que sangra, y donde esta desolada generación tiene que asumir, irremediablemente, aquello que es una crónica certeza: el charco incólume, la patria durmiente. Este joven, sensible y lúcido poeta nació apenas un lustro antes de que se detuviera el flagrante drama de la violencia que lastimó con su infamia el corazón de nuestro pueblo; sin embargo, aunque ha logrado callar la enfurecida memoria de los pinos y los periódicos exponen nuevos titulares desgastando todas las memorias, no puede dejar de reconocer que aún hay papeles manchados de sangre y dinamita que como azules bestias marchitando una palabra son, al fin de cuentas, el testimonio y el estigma que, aunque no podamos eludir, no han de destruir la esperanza ni los sueños”.
Bernardo Rafael Álvarez
Idilio
Buscar el río a prisa de elefante y sortear esta pradera
de cemento, es hacer el día y la lluvia que atardece en un ojo.
Fuimos niebla, pintura de labios
y a veces cielo adelgazado por el mundo;
sigo de frente besando ángeles decapitados, mujeres-falda,
mujeres-víbora y no tengo antorcha ni estrella ahorcada
por un fantasma diluyendo su lengua entre las espaldas infieles
tras la calle.
No he vuelto en busca del ser que destruí.
No he logrado encender inusitadas velas
absorbiendo el sangrado eterno
de una entraña lejana.
Brilló mi mariposa dorada
brilló mi enclave con Dios,
mi cadena llena de goce,
y sigo caminando por la hierba,
la luna licua una pestaña
y ya soy el ser
ya soy la ceniza
que empieza de nuevo.
La terquedad de las veredas
Ya llega el día, mi pierna partida, dolor de búhos
esqueleto maloliente, fuga, incontenible furor de semáforos latiendo,
oigo tu voz y me descuelgo del cielo áspero
y sigo esperando y me petrifico entre cristales marrones,
infinitos ceniceros secando mi piel purificada por los cuervos,
botellas vacías que degradan el limbo,
mi muerte ya no tiene palabras
gestos dispares, una caricia tras el charco amniótico
de tu sueño, no hay más sangre que desnude la arbitraria muerte
de hombres que pasan raudos como lluvia
que ya no respiran las paredes
atolondrado corazón estrangulado, frío, danzante,
esta mañana yo asistiré a tu intento de suicidio
jugaré a juntar música y miel dulcísima debajo de los puentes
no me valdrá de nada alucinar una mujer desnuda a media tarde
a un perro flaco y ojeroso rasgando las distancias,
para llamarte, para latir, para hacerme un gris amanecer,
o sólo odiar mis cicatrices
y despegar un grito inhallable,
para tomarte, para estrellarte, para absorberte entre mis manos
y me haga falta más que un día, una voz que me enreda a los abismos,
el preludio, la misma realidad regada de orillas y de máscaras
y el fantasma eterno y deformado
y el ósculo trágico
y el silencio en la piel que ya no quiero y acaricio,
que aún nos guiña el ojo
y se sube la falda
para que nadie vuelva a la inocencia sin incendiarse primero
con la verdad de una amarilla memoria
que acaso aún camina bajo la terrible lluvia
donde alguna vez perdí mis alas y mi voz.
Balada para Yeselyn
Desnudo, aquí me tienes, las sombras extrañándote otra vez
han desafiado a todos los muros,
mientras él se preguntaba a qué hora abrirías tu sexo
como una boca que irremediablemente será triste, oceánica, infame,
qué tardío será el día,
me han destronado nuevamente los búhos de mi absurdo dolor
mientras escribo aplausos y voces de ovación
para que me arrastren los mismos placeres, la misma sonrisa fingida,
qué triste será el infierno al anochecer una promesa diluida en tus cabellos,
ya lo sabía, miro a tus manos purificando una memoria
y me dices qué asco, qué asco es verte,
pero tú ya sabes que mi ojo retumba como un violín atravesado por espadas
sabes que he llegado sucio y sudoroso a tu coronación,
eras un incendio, una gran ciudad imperceptible, deshabitada,
y yo quise tirarme de aquel quinto piso de un edificio blanco
un 28 de enero de 1999,
ya me veías, reías de mí, de mi fingida oscuridad
y el corazón que se quejaba de un frío tremendo entre las sienes.
Escupiste en medio de la pista
y me gritaste: “así pagamos las vírgenes”
La niebla te había hecho luz;
un extraño corazón
fuera del universo.
Target
para B.G.
Mi cuerpo amaneció hundido en el río.
Miles de mujeres empezaron a llorar
sobre la ropa recién lavada,
los niños jugaban a tirarse barro a la cara
y tú
muy al fondo
reías con mi acto de ilusionismo
aplaudías desnuda una y otra vez.
Te creíste mi victoria,
quizás por eso
tu cartera está repleta
y mi cuerpo fue mordido
por la extraña niña que se quitó el esqueleto
para gritar que ella también tuvo una máscara;
un blanco garabato en el vientre.
Poema para una mujer sin zapatos
Pútrido color sin halo, el absurdo tiritar de los caballos,
ya llega el día acostúmbrate máscara de hambrunas
los que te tocan juegan con la muerte y sigues así,
era la luz y yo sólo veía un corazón atravesado por espaldas
seguir leyendo esta condena desde mi tumba desierta,
quiero entender tu herida
dejar mis extrañas palabras en un inútil verano,
atrapado entre falaces bestias,
muevo mi cuerpo, muevo mis manos,
y el mundo quema, incendia relojes hasta olvidar
que fui feliz, comí un helado, burle la muerte, fui cielo estrellado,
canto sagrado de esquinas imperfectas,
mis entrañas esconden un destierro,
lunas suicidas, ¡Óiganme por favor!,
dulce será el sol si sólo abrimos la boca, dulce, dulce este instante,
mientras la sangre ya no refleje esa verdad que nos quema los labios
y nos hace aparentar un rumbo tras el viento.
Puesto de periódicos
Renacuajo de espasmos matutinos, te incendia mi mirada
el comer dolor y aplastarlo todavía más allá como un brujo que emprende
un viaje sin morder el ojo insuficiente, despreciado por el tiempo,
lobos plateados en un óvulo fantástico de esperma que encabrita lunas,
árboles, rasguños de cielo, casas vacías donde parieron mi enorme huella
abstraída de la nada, un cuadro de hermosos sexos ostentosos
como el deseo de patear una pelota a media tarde
y llorar después de comer rostros,
objetos que no abren sus turbias almas y comer en símbolo,
flameando un pecho, un ¡Viva el Perú carajo!
Y continuar con la yugular reteniendo el universo,
comer en símbolo un accidente de tránsito sin escribir cuántos murieron,
cuántos aún me escupen a la cara por decirles que los amo
y que muy en el fondo apuñalo grotescamente su silencio,
la hipócrita sombra escondida
diseñando una mañana en el desquicie del resentimiento
y un nuevo titular desgastando todas las memorias.
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