Por: Miguel Ildefonso
Paolo Astorga va desarrollando una poética urbana, desgarrada, que ha cogido no solo de la tradición de los 80s o 70s del Perú, sino que se ha embebido de la originaria poesía explosivamente lírica de los simbolistas franceses hasta llegar a los surrealistas. La exploración del yo halla su eco gemelo en la indagación de una urbe contradictoria, multiplural y, a veces, o casi siempre, caótica como es Lima. Y eso sentimos cuando leemos De Lima a Chosica, un trayecto imparable de visiones cuasi apocalípticas y torturantes, como es la tensión que les toca vivir a sus habitantes a diario. La historia peruana y sus eternos fracasos, se actualizan cotidianamente en un simple viaje en “combi” o “custer”: seres humanos aglomerados por buscarse un espacio en la ebullición de este sistema agresivo de supervivencia al que los políticos gobernantes de turno y de siempre llaman Modernidad. “Somos presas del hartazgo”, nos dice, y aquello representa un sentimiento que se ha arraigado en una conciencia colectiva ya no solo marginal, y que se trata de ocultar con el escándalo y el bullicio de la frivolidad de estos tiempos. Contra la falsa información, contra la retórica vacía, contra la deshumanización, la poesía es esa luz que acompaña y transita con uno, no para empañar de embeleso hedonista ese espíritu libre, y detenerlo o someterlo o atropellarlo, sino para alumbrar sus caminos, y tener una visión de más alcance, tanto hacia atrás, en la historia real, como hacia el futuro realista. De estos asuntos trata este nuevo libro de Astorga, o, al menos, son los móviles que conducen su transitar iconoclasta.
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Aquí tres poemas del libro:
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II
Aquí en Lima, yucas fritas, arroz chaufa de mil sabores, aquí en Lima, Lolita y Humbert Humbert, ósculo de cíclope plateado, parásito de lluvia y soledad, balazo, bolero, balada, rock pesado, aquí en Lima, intervención de ponientes, el que atraca su mandíbula al cielo espejado de nubes hermafroditas, el que atraca su boca en mil túneles de horizontes aún muertos, Lima, otra vez Lima, cumbia y sol, vértigo de uno más en un millón, oscuridad y alondras bombardeadas de indecencia, ética para el caballo, ética para los monarcas del tórrido acantilado que nos hierve en la sangre, un puente obtuso, una mujer rebanada de caricias, recién bañada, con el mejor vestido a cuestas, una mujer caminando, y yo en un sueño de cangrejo milenario, osamenta de bicho raro, osamenta de lobo estepario, claustrofobia, ademán de ahogado, el mundo es de cristal, en mi cabeza suprarrenal comemos un corazón abandonado en el terruño, mil vagones, mil asientos, una puerta de barro y saliva, los barcos ya se alejan como unas piernas secretas. Escribo algo que mejor será tragármelo en seco, tocar tiburones en mi sien mientras seguimos persiguiendo el cadáver de un mono, mientras seguimos aquí entre guiños de mujer tiesa, entre ceniza convertida en penetración, entre canguros sin esquina, entre mil luciérnagas esputando su libertad, conmutación de lo transparente disfrutando su dolor, el dolor de caminar y sonreír a la muchacha más fantástica, a la mandrágora de manos calcinadas, letras en llamas cogiendo paredes ocultas de ninfas intoxicadas, palabras de ternura que el niño de camisa blanca aglutinará en su bolsillo de escalera infinita, y apenas con la verdad, y apenas, con la inmunda verdad, los zapatos sucios, la forma del silencio entre los matorrales, bullicio, un hueco, un policía tránsfuga iluminando su herida putrefacta, inventando la ley en su vientre velludo, como una danza sincrética, un transformer de zampoñas castigadas por el corazón elemental de un arlequín traidor, estado de gracia que va hacia el mismo albor de los mutismos, hacia el engendro vacío de las frases más lindas que ahora devastan el tiempo que degüella el escenario de los locos que fingen tener hambre para así colocar sus almas en las vitrinas del limbo.
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V
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He clavado mi maniquí-fetiche-Beatriz sobre la cruz más violenta y aún no soy un redimido. Quién nos puede aprehender si nos vamos carcomiendo a pedazos. No tengo emblemas, no hay nada sobre la carretera acostumbrada al secuestro y a la desesperación. La verdad estalla como un transeúnte enterado de la brevedad de los días. La tragedia sigue su paso como un perfume apasionante. Ya no hay efecto. Alguna vez pensé todo el universo, pero ahora me arrastro cogiendo sus escombros entre la indiferencia devorando la evocación de los días y la intimidad de los árboles intentando un grito al unísono aún impúber, aún indescifrable. No somos nada, pero vamos a destruir la ciudad muy pronto y a reivindicar el señorío de un delirante rey ornitorrinco, vamos a plantar cemento sobre la infidelidad de las nucas, vamos a proclamar la victoria de los que murieron en la inseguridad de estar siempre sobre la lucidez y el remolino de cabezas cercenadas por el pasar sonriendo a mil espejos infames, pasar invicto y sin rasguño nuestro espíritu hacia la otra orilla, comer bastante, tenerlo todo y hacer del amor, una palabra que despierta el coraje, la cólera, la náusea de panteones vacíos. Ven conmigo oh imagen fronteriza de colores humanos, asfixiante ciénaga de parábolas verdes, de cantares rabiosos que se han extinguido entre retazos de mil estudiantes licuando sus cerebros sobre la fortuita desnudez de la luna purpúrea. Viene la tarde, osadía de pasos arrastrando un cadáver sin cabeza. He hundido sobre está tierra pusilánime mi cetro de arcilla. Nadie me vio nacer, excepto la lluvia que constata una y otra vez el odio que se siente al pregonar a todo el mundo que uno escribe y no muere aún.
He clavado mi maniquí-fetiche-Beatriz sobre la cruz más violenta y aún no soy un redimido. Quién nos puede aprehender si nos vamos carcomiendo a pedazos. No tengo emblemas, no hay nada sobre la carretera acostumbrada al secuestro y a la desesperación. La verdad estalla como un transeúnte enterado de la brevedad de los días. La tragedia sigue su paso como un perfume apasionante. Ya no hay efecto. Alguna vez pensé todo el universo, pero ahora me arrastro cogiendo sus escombros entre la indiferencia devorando la evocación de los días y la intimidad de los árboles intentando un grito al unísono aún impúber, aún indescifrable. No somos nada, pero vamos a destruir la ciudad muy pronto y a reivindicar el señorío de un delirante rey ornitorrinco, vamos a plantar cemento sobre la infidelidad de las nucas, vamos a proclamar la victoria de los que murieron en la inseguridad de estar siempre sobre la lucidez y el remolino de cabezas cercenadas por el pasar sonriendo a mil espejos infames, pasar invicto y sin rasguño nuestro espíritu hacia la otra orilla, comer bastante, tenerlo todo y hacer del amor, una palabra que despierta el coraje, la cólera, la náusea de panteones vacíos. Ven conmigo oh imagen fronteriza de colores humanos, asfixiante ciénaga de parábolas verdes, de cantares rabiosos que se han extinguido entre retazos de mil estudiantes licuando sus cerebros sobre la fortuita desnudez de la luna purpúrea. Viene la tarde, osadía de pasos arrastrando un cadáver sin cabeza. He hundido sobre está tierra pusilánime mi cetro de arcilla. Nadie me vio nacer, excepto la lluvia que constata una y otra vez el odio que se siente al pregonar a todo el mundo que uno escribe y no muere aún.
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VII
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Somos presas del hartazgo. Solo un cuerpo, solo una amarilla honestidad, un traje blanco de efebos caracoles arrastrando pólvora de cinturas en movimiento hacia el pedregal de voces que ya no son las mismas después de la ideología. Todos dicen que la última flama yace sobre el cielo, que la vida vale más que las palabras pronunciadas sobre el espanto de dormir con la niebla desangrando el alma. Escuchen al sol y vayan todos a ahogarse en ese río que deforma la divinidad de las rosas asqueadas del amor alimentado de polillas y petróleo de cristal sin bisagra tierna. No tengo una canción verde, no hay máscaras plagiadas, no tengo escritura en la polvareda del caos. Todos dicen que la realidad es un vestido marrón humedecido por el turbulento vaivén de brazos ambiguos. Sin embargo detrás de las paredes derruidas por el tiempo, se atraviesa a veces inoportuno, algún reino de ternura aún sin profanar.
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Nota: Portada del breve poemario De Lima a Chosica, Ediciones Letra en llamas, Serie: "Derrame Cardiaco", Lima 2010, creada por la poeta Karina Moscoso.
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